domingo, 5 de febrero de 2023

BILBAO 5º ETAPA SUS IGLESIAS (2ª PARTE)

 

Iglesia de San Nicolás

La 
iglesia de San Nicolás de Bilbao es un templo de estilo barroco levantado entre los años de 1743 a 1756, año de su inauguración. Fue proyectada por el arquitecto Ignacio Ibero, que fue también quien finalizó la cúpula de la basílica del santuario de Loyola (también de planta centralizada). Y se puede decir que es  el edificio barroco más sobresaliente de Bilbao. 
Este edificio religioso bajo la advocación de San Nicolás de Bari, es sede de la parroquia de San Nicolás y  tiene una significación especial en la historia de la ciudad vasca por ser el lugar escogido por las Juntas Generales de Vizcaya para firmar la Constitución Liberal de Cádiz, conocida popularmente como la Pepa, en 1812.
Se ubica en el Casco Viejo  y tiene una situación privilegiada pues se encuentra frente al parque Areatza y muy cerca de la plaza Nueva y del teatro Arriaga, concretamente en la plaza de San Nicolás y su fachada se enfrenta al teatro Arriaga.
Esta zona, hoy paseo del Arenal, no era más que una franja de terreno que estaba pegada a la ría del Nervión, por lo cual, con harta frecuencia, quedaba anegada.
Con el tiempo se convirtió en un barrio de pescadores extramuros y serán ellos los que, en el año 1490, levanten la original ermita de estructura gótica con la advocación de San Nicolás de Bari. Más tarde y debido a desarrollo poblacional de la villa se vio la necesidad de ampliar la pequeña ermita marinera y en 1501se convierte en parroquia.
Se tiene escasas noticias sobre su constitución, pero las que se tienen hablan de su ruinoso estado derivado de los problemas de cimentación que le acarreaba la proximidad a la ría.
Desgraciadamente en el año 1553 el nuevo templo quedó en la más absoluta ruina debido a una de las frecuentes inundaciones de la zona y tuvieron que demolerla. Gracias a la intervención de un personaje civil, Juan de Bengoechea, se realizaron las reparaciones a cambio de dejarle ser enterrado en su interior.
Años más tarde de nuevo se presenta una situación preocupante: la torre y la sacristía amenazan con derrumbarse y con esto  se ve claramente  la necesidad de numerosas  reparaciones. Todo ello lleva plantearse una renovación integral de toda la iglesia, proyecto que es encomendado al arquitecto Loyola Ignacio Ibero y proyecto que, tras muchas dificultades técnicas y sobre todo, económicas, tarda trece años, hasta 1756, en llevarse a la práctica.
La iglesia actual se inaugura el 11 de agosto de 1756 y no ha estado exenta de acontecimientos peculiares: se tuvo que cerrar durante la guerra de la independencia, en 1816 le cayó un rayo y en las guerras carlistas fue almacén de municiones, espacio para la fundición de balas e, incluso, taller. Por todo esto no estuvo abierta al culto durante algunos períodos de tiempo  (guerra de la independencia y primera y tercera guerra carlista)

DESCRIPCIÓN

Es una iglesia de estilo 
barroco con planta centralizada de cruz griega inscrita en un cuadrado y cubierta por una cúpula sin linterna lo que resta luminosidad a su interior. Por un lado el presbiterio y el acceso principal están alineados en un mismo eje (este-oeste), mientras que las entradas laterales, hoy en día inutilizadas, están situadas en otro eje perpendicular al primero (norte-sur).
En este tipo de plantas, se generan, en las esquinas (ángulos del cuadrado circunscrito al octógono), unos espacios que van a ser ocupados por las capillas y la sacristía y en los lados oblicuos del octógono inscrito se generan, pequeñas exedras (nichos en medio punto), que son ocupadas por hermosos retablos que están unidos entre sí por las dos tribunas situadas encima de ambas entradas laterales y el coro situado sobre la entrada principal.
En 1882 se construye una ampliación en la parte posterior del templo que incluye, además la casa cural, un pequeño oratorio conocido como el Comulgatorio diseñado por el que fuera arquitecto municipal de Bilbao Julio Saracíbar. Finalmente en 1906 la sacristía fue ampliada por José María Basterra.
La cúpula, de ocho cascos perforados por óculos, que cubre el templo, tiene por fuera forma de prisma ochavado, debido a su tambor octogonal, sobre el que se apoya y en el que encontramos cuatro ventanales con vidrieras.
La cúpula, oculta al exterior bajo la cubierta, queda disimulada por la ausencia de linterna y la espadaña que marca el eje de la fachada principal. La fachada  del templo, barroca en su concepción, como el resto, está realizada con sillería de piedra caliza de las canteras de Ganguren y destaca, sobre todo, por su simetría, su sencillez y planitud, sin grandes resaltes, características que parecen presagiar la llegada del neoclasicismo y  su austeridad, propia del espíritu jesuita del que estaba imbuido su autor, que se puede apreciar en sus vanos, así como en las pilastras y cornisas. Fue reformada en 1891.
La fachada se ve culminada por un frontón triangular partido que parece descansar sobre dos ménsulas laterales y que enmarca dos leones rampantes que sujetan el escudo de Bilbao. Bajo el frontón ocupando el tímpano vemos un relieve en bronce fundido representando a San Nicolás rodeado de pescadores (uno de sus milagros), obra del artista catalán Josep Llimona.
La solidez del cuerpo inferior de la fachada con ese dominio del macizo sobre el vano se difumina al llegar a la parte de alta ocupada por una sencilla balaustrada con ambones o conjuraderos (balconcillos convexos) que la recorre en toda su longitud y en cuyas esquinas emergen con gran fuerza las dos torres-pórtico verticales rematadas por cruces, algo poco común en las iglesias del País Vasco. Cada una de ellas con su  zócalo, vanos centrales con la sala de campanas, la cúpula que imita la estructura ochavada de la cúpula central y la linterna. Los pórticos de las torres generan porches a largo de los lados del templo, pero sólo el de la izquierda es original.
Entre las torres se sitúa la espadaña, barroca con pináculos y de un solo vano, arco de medio punto, con campana y reloj en su cuerpo central que contribuye a que la estructura cupular pase desapercibida.
En 1752 el ayuntamiento de Bilbao decidió encargar un conjunto de cinco retablos para la parroquia de San Nicolás, que se estaba construyendo en ese momento
Los retablos en un estilo barroco-rococó realizados en madera oscura de nogal ocuparían la capilla Mayor y las cuatro exedras laterales. La distribución de estos retablos es circular, adaptándose perfectamente a la forma octogonal del templo.
Los retablos tienen, en su parte superior, estructura de cascarón o de cuarto de esfera, de esta forma dan sensación de profundidad, porque el interior es bastante estrecho, en todos ellos se alternan estatuas talladas en madera, con relieves y pinturas sobre lienzo, mientras que se mantiene el color oscuro original de la madera de nogal en la mazonería. También se tuvo cuidado al elegir los santos y santas representados, más de veinte, que eran los más venerados por los bilbaínos del siglo XVIII.
Para la obra se contrató a tres de los mejores artistas que en ese momento trabajaban en la corte de Madrid: el arquitecto vallisoletano Diego Martínez de Arce que se encargó del proyecto o traza de los retablos; el escultor e imaginero toledano Juan Pascual de Mena autor de la famosa escultura de Neptuno de Madrid,  que realizó las imágenes, y el madrileño José López Perella que se encargó de la policromía de las figuras.
Los dos últimos eran, además, profesores en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Con ellos colaboraron importantes artistas vascos, como los arquitectos Juan de Aguirre y Juan de Iturburu en la construcción de los muebles y púlpitos en madera de nogal al natural o el pintor Ildefonso de Bustrín, autor de los lienzos.
La madera de nogal se mantuvo sin dorar, con ello se consigue que destaque el colorido de las imágenes y el dorado de los motivos decorativos. También hay que destacar la homogeneidad y el equilibrio de todo el conjunto debido a la autoría única y la sujeción a un plan original.
Los retablos fueron restaurados entre 2007 y 2011 por la Diputación Foral de Bizkaia. Y son:
*.- Retablo de San Nicolás de Bari.
Sobresale entre ellos el retablo que preside la capilla mayor, el retablo de San Nicolás de Bari, que adaptándose al  espacio de la cabecera del templo se compone de banco o predela, cuerpo y ático. Se divide en tres calles, separadas por columnas corintias decoradas con guirnaldas, rocallas y florones pinjantes.
La hornacina central aparece ocupada por la figura de  San Nicolás de Bari, santo titular de la iglesia, vestido como obispo y en actitud de bendecir. Aparece acompañado de elementos que hacen alusión a los milagros que se le atribuyen: a sus pies, los tres niños que habían sido descuartizados y él resucitó; en su mano derecha, las tres esferas de oro que lanzó por la chimenea de la casa de tres virtuosas jóvenes, evitando con ello que cayeran en la prostitución.
Destaca la calidad de la talla, visible en los pliegues de sus ropajes y la expresión de su rostro, así como la exquisita policromía y el detallismo de las vestimentas.
Está acompañado en las calles laterales del retablo por las figuras de san Lorenzo y san Vicente, y encima de ellos medallones en los que se describen sus martirios.
San Lorenzo. Se le representa como un hombre joven, vestido de diácono con una capa abierta por los lados llamada dalmática. En su mano derecha lleva una hoja de palma, símbolo de victoria desde la Antigüedad, en este caso representa su triunfo sobre la muerte.
Destaca por la expresividad de su rostro y sus manos, así como la naturalidad del colorido con que ha sido pintada la imagen, y también es obra de Mena
El relieve del medallón superior  representa el momento de la muerte del santo, que fue condenado a morir quemado vivo en una parrilla, por burlarse de Roma. Aquí  mira al cielo ofreciendo su sufrimiento mientras unos rayos dorados que salen entre las nubes muestran que su alma es acogida en el Paraíso.
San Vicente. Se le representa, también, como un hombre joven, vestido de diácono con una capa dalmática, al igual que san Lorenzo y una hoja de palma en su mano izquierda.  
En el medallón superior se representa su martirio en el que sufrió innumerables torturas: fue atado en una cruz en aspa, le rompieron los huesos en un potro de torturas, le abrieron las carnes con garfios de acero y le azotaron, momento que se representa en este relieve.
Al igual que san Lorenzo mira al cielo mientras unos rayos dorados que salen entre las nubes.
Por debajo vemos un templete rematado por una cruz que preside un Cristo crucificado y sobre él la imagen del Padre Eterno, ante la que se arrodillan dos ángeles.
El templete parece custodiar el sagrario.
El ático aparece ocupado por un relieve que representa con gran crudeza la matanza de los inocentes en el momento en que los soldados obedecen la orden del rey y matan a los niños, sin escuchar las súplicas de sus madres. Con una composición muy cuidada donde se reproduce como fondo un paisaje arquitectónico, el palacio de Herodes.
Todo ello coronado por una representación de la Gloria a base de nubes, rayos dorados y ángeles. A sus lados, representaciones simbólicas o alegorías de dos virtudes cristianas: la  Caridad, virtud teologal que está representada simbólicamente como una mujer que sujeta a un niños mientras muestra su pecho descubierto, y la Fortaleza, virtud cardinal, a la derecha que se representa simbólicamente como una mujer llevando una columna, como imagen de su fuerza. Ambas son obra de Juan Pascual de Mena.
En cada uno de los extremos, dos angelitos sujetan unos medallones en los que se representa en relieve
  el escudo de la villa de Bilbao, la iglesia y el puente de San Antón, el antiguo ayuntamiento (que se encontraba en este lugar) y dos lobos, emblema de la familia Haro, fundadores de la villa de Bilbao, indicando así que fue el ayuntamiento el que pagó la obra del retablo.
Los elementos arquitectónicos del retablo, esto es su estructura o mazonería, se han mantenido en el color oscuro de la madera, y como , ya hemos dicho, esto hace que  destaque la excepcional policromía de las imágenes y el dorado de la decoración, que se completa con relieves y cabezas de angelitos o putti.
Si partimos del retablo mayor y continuamos en el sentido de las agujas del reloj, es decir por el lado de la epístola nos encontramos con las capillas de los Santos Crispín, Crispiniano, Santa Bárbara y Santa Apolonia, en la cabecera  y San Lázaro, San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Jesús, a los pies

Si continuamos hacia el lado del evangelio encontramos a los pies la capilla de San Blas, San Francisco Javier y Santa Rita y en la cabecera el de La Piedad, San José y San Antonio de Padua, siendo las tallas, San Blas y La Piedad las más veneradas por los bilbaínos, aunque todas ellas son de magnífica factura.

Pero vamos a continuar con la descripción de los retablos y en concreto por el conocido como el de La Piedad, obra, al igual que todas las demás tallas, de Juan Pascual de Mena aunque intervinieron también Diego Martínez de Arce que como arquitecto realizó la traza, José López Perella que se encargó de la policromía e Ildefonso de Bustrín como pintor de los lienzos.


Este retablo  también es de tipo cascarón, es decir con cerramiento semicircular en su parte alta como las bóvedas de cuarto de esfera que cubren los ábsides. Está compuesto banco o predela, con mesa de altar y sagrario; cuerpo, con tres calles donde se disponen las esculturas; y remate o ático, con pinturas y relieves.

La imagen principal que ocupa la hornacina central está enmarcada por columnas corintias y representa a Nuestra Señora de la Piedad que representa el momento en que Cristo muerto es bajado de la cruz y su cuerpo es sostenido por su madre, que muestra su dolor. María aparece sentada, sosteniendo en su regazo el cuerpo de su hijo que muestra las marcas de la pasión: marcas de los clavos en pies y manos y la herida del costado.

Todo el protagonismo de la escena recae en la figura de la Virgen María. Destacando la expresividad de su rostro en el que se reflejan el sufrimiento y de resignación. Esta expresividad parece acrecentada con la utilización de esa policromía de contrastes a base de rojo y azul oscuro en el ropaje que contrastan con el blanco del velo con que cubre su cabeza o de la sábana con que se envuelve el cuerpo de Jesús.

Esta escultura se saca en procesión cada Viernes Santo. 

A los lados en las calles laterales aparece escoltada por las tallas de San José a su derecha, que aparece representado con el Niño en brazos que vuelve su rostro hacia él mostrando una relación de cercanía entre ambos, José también lleva en su mano una vara florida en alusión al milagro de la vara florecida para la elección del que se desposaría con la Virgen María. Y San Antonio de Padua a su izquierda.  

S. José y S. Antonio de Padua
Se le representa vestido de franciscano, con hábito marrón y sandalias y la cabeza afeitada en la coronilla, a modo de tonsura. Sostiene en brazos al Niño Jesús, al que mira y sonríe, en una escena de gran ternura y naturalidad, ya que su leyenda dice que era tan devoto que cuando rezaba el mismo Niño Jesús acudía para asistirlo en sus oraciones

Sobre ella aparecen dos ángeles que sujetan uno de los símbolos de la pasión de Cristo: la esponja empapada en agua y vinagre con la que un soldado alivió su sed.

A los lados de los ángeles se encuentran las pinturas de Santa María Magdalena a nuestra izquierda, se la representa con el pelo largo y suelto  y agachándose a recoger un tarro de esencias, en alusión a los perfumes que llevaba para embalsamar el cuerpo de Jesús y encontró el sepulcro vacío. Y San Juan Evangelista a la derecha. En este cuadro se le representa como un hombre joven, todavía sin barba, que sujeta en su mano derecha un libro, como autor de uno de los cuatro evangelios y por ello dirige sus ojos al cielo buscando la inspiración divina.

Mª Magdalena y S. Juan

El ático del retablo está presidido por un relieve del Purgatorio, donde las almas, representadas simbólicamente como un grupo de hombres y mujeres desnudos y rodeados de llamas, penan y suplican para ser salvadas. En el centro de la escena un ángel toma de la mano a una de las almas para llevarla al Cielo

Purgatorio                         Santa Faz
Sobre él, ya en el cascarón, un ángel sujeta la Santa Faz, el paño con el que Jesús secó su sudor camino del Calvario y en el que milagrosamente quedó marcado su rostro.

Toda la arquitectura o mazonería del retablo está sin dorar, lo que hace que destaquen las imágenes, pintadas con una rica policromía, y los detalles de la hornacina central. El resto de la decoración tallada, a base de guirnaldas motivos vegetales y tracería, mantiene el color oscuro de la madera.

Pasemos, ahora, al de San Blas.

Este retablo es uno de los más populares de la villa de Bilbao. Cada tres de febrero, festividad de San Blas, los bilbaínos se acercan a bendecir unos cordones que luego se atan  al cuello, y se queman después de nueve días, para que el santo nos proteja contra los males de garganta.

Se encuentra junto a la entrada del templo en el lado del evangelio y también es de tipo de cascarón con cerramiento semicircular del ático.

Con una composición similar al de La Piedad  está compuesto de banco o predela, con mesa de altar y sagrario; cuerpo con tres calles, donde se disponen las esculturas; y remate o ático, con pinturas y relieves.

Está dedicado San Blas, que ocupa la hornacina central, enmarcada con columnas corintias. 

San Blas fue un médico del siglo IV que se convirtió al cristianismo y fue nombrado obispo, por ello se le representa con mitra  y sujetando en su mano izquierda un báculo o bastón. Levanta la mano derecha en señal de bendecir, mientras que con la pierna izquierda doblada parece que esté caminado.
La imagen destaca por la cuidada policromía de su capa  con abundante floreado y el tratamiento de las vestiduras con esos pliegues que dotan a la talla de belleza y naturalidad.

Este santo en vida realizó curaciones milagrosas: la más conocida fue la sanación de un niño al que se le había clavado en la garganta una espina de pescado.

De este milagro nacería la creencia popular de que llevar al cuello un cordón bendecido el tres de febrero, día de San Blas, y rezar una novena al santo protege contra los males de garganta.

S. Francisco Javier y  Sta. Rita de Casia
A su lado, en las calles laterales, escoltando su talla, encontramos las esculturas de San Francisco Javier a su derecha aparece representado con ropas de peregrino: conchas de vieira en las ropas y un bastón, báculo o bordón con la calabaza que sirve de cantimplora en la mano izquierda. Tiene los pies descalzos y sujeta un crucifijo en su mano derecha. El contraste entre los dorados de la casucha y el marrón de la vestimenta produce un efecto de luminosidad en la imagen. Y Santa Rita de Casia a su izquierda, Santa Rita fue una santa italiana que recibió una marca o estigma de la corona de espinas. Por eso se le representa con una astilla de madera clavada en la frente y sujetando un crucifijo, ante el que reza. De nuevo se produce un notable contraste entre colores oscuros, el hábito y colores claros, la cara de la santa o los dorados del ropaje, ello da más luz a la imagen.

S. Carlos Borromeo y S. Francisco de Sales
Por encima, en lo que podríamos llamar entrecalles hay dos angelitos o putti, sentados sobre molduras con adornos vegetales y a sus lados las pinturas de San Carlos Borromeo, noble italiano que se ordenó sacerdote y gran reformador del clero, que torna sus ojos hacia el cielo en señal de oración con el crucifijo, que más parece una escultura, en las manos y vestido de cardenal. Y San Francisco de Sales con el libro en clara alusión a la ingente cantidad de obras que escribió. Está representado vestido de sacerdote y atado al cuello un cordón rojo que tiene una cruz dorada en el extremo. También estas pinturas son obra del pintor bilbaíno Ildefonso de Bustrín.

Putti con el cordón
Milagro de S. Blas
Sobre ellas en la parte central y alta, ático, del retablo, vemos un relieve en forma de medallón que representa uno de los milagros de San Blas: la curación de un niño que iba a morir ahogado por una espina clavada en su garganta. La escena, que se desarrolla en un paisaje, muestra el momento en que una madre lleva a los pies del santo a su hijo moribundo. San Blas, con los atributos de obispo, mitra y báculo, en el suelo, a sus pies, mira al cielo e invoca a Dios,
  que desde el cielo y mediante los rayos recibe la ayuda divina para su curación. Hay que destacar la combinación de técnicas para representar el paisaje: relieve y pintura que da profundidad al plano.

Por encima y ya en el cascarón vemos un ángel sobre una nube, con puttis, como adelante su brazo derecho en el que parece sostener un cordón, el de San Blas.

Al igual que todos los retablos de esta iglesia la  mazonería  está sin dorar, manteniendo el color oscuro de la madera.

Vayamos al retablo de San Crispín y San Crispiniano

En el patrocinio de este retablo además del ayuntamiento colaboró el gremio de zapateros de la villa; por ello, está dedicado a sus santos patones Crispín y Crispiniano, que al parecer predicaban el cristianismo durante el día y, por la noche, fabricaban zapatos para venderlos y poder mantenerse. Tras numerosos martirios finalmente murieron decapitados.

Este retablo se encuentra en la cabecera del lado de la epístola  a la izquierda del altar mayor.  También, al igual que los demás retablos, es de tipo “cascarón” o de cuarto de esfera con ese particular cerramiento semicircular en su parte alta o ático. Está compuesto  zócalo, banco o predela, con altar y sagrario; cuerpo, donde se disponen las esculturas; y remate o ático, con pinturas y relieves.

Lo único que le diferencia de los demás retablos de esta iglesia son las advocaciones de sus tallas, relieves y cuadros, puesto que toda su traza y estructura es exactamente igual en todos ellos.

En primer lugar decir que está dedicado a los santos Crispín y Crispiniano, patronos de los zapateros y peleteros y cuyas imágenes ocupan la hornacina central.

Sus imágenes están vestidas al estilo romano, al parecer eran de familia noble y sufrieron persecución y muerte por predicar el cristianismo y llevan en la mano una palma lo que indica que sufrieron martirio.

Además de la excelente policromía lograda con esos contrastes de rojos y dorados de las corazas hay que destacar el gran detallismo de los adornos y ropajes de las tallas: galones de los ribetes, broches que sujetan las capas…  También hay que señalar la expresividad de los rostros y el logro de cierta naturalidad con el movimiento de los cabellos que parecen movidos por el viento rompiendo el hieratismo clásico de las tallas religiosas.

Crispín, Crispiniano, Sta Bárbara y Sta Apolonia
Están enmarcadas con columnas corintias. Y sobre ellas hay dos angelitos o putti sentados sobre molduras y en las calles laterales están las tallas de Santa Bárbara a su derecha con la torre de tres ventanas (señal de la trinidad), como cuenta su leyenda y sujetando la palma en señal de que sufrió martirio, murió decapitada por su propio padre. Hay que destacar el contraste de color entre el color rojo de su manto con la blancura de su piel y de su túnica. Y Santa Apolonia a su izquierda. La santa sujeta en su mano izquierda  unas tenazas, con la que sus torturadores le arrancaron todos los dientes. La otra mano la lleva al pecho sujetando con el antebrazo la palma, señal de que sufrió martirio, murió en la hoguera.

Sta. Águeda y Sta. Lucía
Encima de estas imágenes y a los lados de los dos putti están las pinturas de Santa Águeda, bien conocida nuestra, a la que arrancaron los pechos, de ahí que se la represente con un plato que contiene sus pechos apoyado en un escabel. En la mano derecha porta la palma, señal de su martirio y un haz de rayos sobre su cabeza, recurso empleado en pintura para subrayar la idea de santidad. Y Santa Lucía, patrona de la vista, a la que durante su martirio, antes de su decapitación, se le arrancaron los ojos, que en este caso aparecen en un plato sujetado por un angelito. También con su mano derecha sujeta la palma en señal de santo martirio, idea que se subraya con el haz de rayos que ilumina su cabeza.

La parte alta del retablo está presidida por un relieve que representa el martirio de San Crispín y San Crispiniano, en concreto el momento en el que, después de sufrir numerosos tormentos, se les decapitó; uno de los hermanos ya ha sido decapitado, mientras que el otro que espera el fatal momento, con resignación, junta sus manos en actitud de rezo.

En esta escena llama la atención la expresividad de los personajes que intervienen, la cara del verdugo barbudo: cetrino y malencarado, que contrasta con la de la cabeza de los santos: resignados y pálidos. También la expresividad corporal de unos y otros contorsionado, violento y musculoso en el caso de los verdugos, sereno y calmados en el de los santos.

En lo alto, un ángel baja del Cielo llevando dos coronas de laurel, una para cada santo.

Al igual que en el resto de los retablos es de destacar la policromía del relieve con ese excelente trabajo en cuanto a los reflejos metálicos en las corazas o el tratamiento de las telas y el contraste de colores.

Sobre él, en el cascarón, un ángel alza una corona de laurel entre sus manos, como símbolo de la victoria de los santos sobre la muerte.

Veamos el del pobre Lázaro que se conoce con el nombre de San Lázaro.

Este retablo se encuentra a los pies, entrada, del templo en la nave de la epístola. Está dedicado a Lázaro, personaje ficticio que protagoniza unas de las parábolas de Jesús, y al que la iglesia nunca santificó, pero ha sido objeto de gran devoción por pobres y mendigos, y llegó a ser considerado patrón de los leprosos y de los afectados por enfermedades de la piel.

Este retablo también, al igual que la mayor parte de los otros, es de tipo cascarón, con cerramiento semicircular en su parte superior. Está compuesto de zócalo o banco, con mesa de altar y sagrario; cuerpo, donde se disponen las esculturas; y remate o ático, con pinturas y relieves.

Está dedicado a Lázaro cuya imagen, con harapos de mendigo y acompañado de los dos perros que, según la parábola bíblica, lamían sus heridas. En la mano derecha sujeta una carraca, lo que indica que es leproso y la hace sonar para evitar que otros se acerquen y contagien, mientras extiende su mano izquierda pidiendo limosna. La talla ocupa la hornacina central, enmarcada con columnas corintias. También podemos apreciar en ella un gran trabajo cromático en este caso con la utilización de una extensa gama de colores pastel.

Sobre ella hay dos angelitos o putti, sentados sobre molduras, y a los lados están las esculturas de San Pedro de Alcántara, fraile franciscano famoso por su santidad y al que se le representa descalzo con el hábito de la orden y la cabeza afeitada con tonsura. Lleva un libro abierto en su mano izquierda, mientras que el gesto de la derecha parece indicar que portaba una pluma o algún instrumento de escritura, hoy desaparecido, ya que fue consejero espiritual de Santa Teresa de Ávila y escribió la primera biografía de la santa, que aparece al otro lado del retablo.

S. Lázaro, S. Pedro Alcántara y Sta. Teresa
A destacar la expresividad del rostro y la minuciosidad con que se ha representado el hábito franciscano hecho de remiendos.

Y en la otra calle Santa Teresa de Ávila, conocida como Teresa de Jesús, y que fue la reformadora de la orden de las carmelitas descalzas. Se la representa con el hábito de la orden sujetando un libro y una pluma, en actitud de escribir, mientras se vuelve buscando inspiración divina hacia el Espíritu Santo, simbólicamente representado como una paloma posada en su hombro. Se hace así alusión a las muchas obras de gran importancia para la Iglesia Católica, que escribió.

El vestuario de la santa aparece ricamente adornado con ribetes dorados en la toca, el manto, la túnica y el escapulario, y está calzada con sandalias de esparto.

Encima de estas imágenes y a los lados de los putti están las pinturas de San Juan Nepomuceno, a nuestra derecha,  religioso del siglo XIV que sufrió martirio por  el rey Wenceslao IV de Luxemburgo que mandó entre otros tormentos arrancarle la lengua por negarse a romper el secreto de confesión de la reina de Bohemia y que finalmente murió ahogado en las aguas del  río Moldava  en Praga. Por ello Juan Nepomuceno sería el primer santo en recibir martirio por guardar el secreto de confesión.

S. Felipe de Neri y S. Juan Nepomuceno

Es el protector contra las calumnias, y debido a la forma de su muerte, protector frente a las inundaciones.

Aparece vestido de sacerdote y mirando al cielo, donde un halo o corona de cinco estrellas que conmemora el cielo nocturno sobre  sobre el río Moldava la noche de su asesinato, y que rodea su lengua en alusión a su martirio.

Y la pintura, a nuestra izquierda, de San Felipe de Neri. Religioso del siglo XVI y fundador de la Congregación del Oratorio donde los sacerdotes eran seculares (sin votos ni vinculación a ninguna orden)  y cuyos fines eran: la oración, la predicación y la administración de los sacramentos.

Por eso se le representa con el hábito negro con cuello blanco tradicional en los sacerdotes seculares, que destaca sobre un fondo más claro.

Destaca el tratamiento del rostro, muy expresivo, así como de las manos.

El ático del retablo está ocupado por un relieve en forma de medallón en el que está representada la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.

En él recoge el momento en que Lázaro, acompañado de dos perros, entra mendigando a la casa de Epulón, que está sentado a la mesa, y se niega a socorrerle.

En el relieve destaca la presencia de los numerosos detalles que nos permiten contrastar la vida de los dos personajes que representan la riqueza y la pobreza. Detalles como el gran cortinaje rojo que muestra la escena, la columna que parece de mármol, los espléndidos ropajes de Epulón, las ricas copas y platos, los sirvientes que ponen la mesa, de un lado y del otro la simpleza y pobreza de sus ropas, su actitud de sumisión y petición de ayuda…

Por encima, en el cascarón, el ángel, con las alas abiertas, se inclina hacia la figura principal,  Lázaro, en señal de devoción.

Y con esto daremos por concluida esta visita a la Iglesia de San Nicolás  de Bilbao

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