sábado, 10 de septiembre de 2022

BILBAO 3ª ETAPA VAMOS DE MUSEOS

 

En esta tercera etapa vamos a hacer una semblanza muy general de los museos más destacados o destacables de Bilbao. 

Museo Vasco de Bilbao
Bilbao ofrece al visitante una amplia oferta cultural. Con una temática muy variada que nos permite, ante todo, disfrutar de la creatividad del ser humano conociendo la universalidad del arte al mismo tiempo que tomar conciencia de la historia local. Prueba de ello son los once museos con los que cuenta la capital: Museo Guggenheim, Museo de Bellas Artes, Museo Marítimo de Bilbao, Museo Vasco, Museo Arqueológico, Museo de Reproducciones Artísticas de Bilbao, Museo Diocesano de Arte Sacro, Museo de Pasos de Semana Santa, Museo Athletic Club y Museo Taurino.
San Mamés

 Como podéis ver un compendio de toda la actividad artística que un ser humano puede desarrollar o ha desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad. Por ello animo a visitar aquellos que a cada uno le interese, por cualquiera de las razones de uno estime.
De todos ellos, que ya por su nombre, podemos deducir que actividad artística van a mostrarnos, he elegido dos, pero, por una sola razón,  porque son los dos que más me han interesado y porque son los dos que más he visitado. Son el Museo Guggenheim y el Museo de Bellas Artes, el resto pueden ser tan interesantes a más que los que yo propongo y sólo dependerá de que objetivo pretendamos al visitarlos.
Museo Guggenheim
Inundación Teatro Arriaga
El verano de 1983 marcó un antes y un después en la historia de Bilbao. Las lluvias incesantes provocaron la subida de la ría de Bilbao,
 hasta que se desbordó,  inundando la ciudad y arrasando todo a su paso. La ciudad quedó sepultada por el lodo. Se trató de la mayor catástrofe natural del País Vasco.
A partir de ese momento, Bilbao tuvo que replantearse su existencia y buscar un nuevo impulso que le permitiera volver a brillar. La solución llegó desde Nueva York Nueva York de la mano de la Fundación Guggenheim.
En 1991, Bilbao fue elegida sede del nuevo Museo Guggenheim,
 un proyecto con un doble objetivo: por un lado aumentar la influencia de esta fundación en Europa y, a la vez, transformar por completo la destruida ciudad de Bilbao. 
El famoso arquitecto canadiense Frank Gehry, maestro del titanio, fue el encargado de dar vida a este museo que se ha convertido en el símbolo indiscutible de Bilbao, hasta tal punto que este fenómeno, fue bautizado por los medios de comunicación como «efecto Guggenheim». Él, junto con Thomas Krens, eligieron el lujar donde se ubicaría el museo, después de desechar su ubicación en la Alhóndiga.
M. Guggenheim, Nueva York
Tras su inauguración en octubre de 1997, la ciudad comenzó a recibir turistas de todo el mundo, la zona de la ría se llenó de nuevos edificios y el Casco Viejo 
cobró vida de nuevo. Bilbao, una ciudad nacida por y para la industria, se había convertido en toda una referencia artística y cultural a nivel mundial.
El museo Guggenheim es uno de los museos de arte contemporáneo más importantes del país. Está vinculado en régimen de franquicia o colaboración con la Fundación Solomon R. Guggenheim. Un museo que en sí mismo ya es una obra de arte. 
El Guggenheim es una parada obligatoria para todos: turistas o locales, amantes del arte o simples curiosos. En sus pocos años de historia se ha convertido en el símbolo indiscutible de la villa y, como hemos dicho, una referencia internacional de arte contemporáneo.
Richard Serra
Tanto el interior como el exterior rezuma arte: fuera el perro Puppy, la araña Mamá, los tulipanes o el Gran árbol  y el propio edificio, que es un milagro de la arquitectura; pero, dentro la valiosa colección del museo Guggenheim incorpora obras de arte moderno y contemporáneo  de artistas de todo el mundo, como Richard Sierra, 
Richard Serra, Anselm Kiefer, David Salle, Chillida, Jenny Holzer o Mark Rothko.
Y podemos encontrar espectaculares exposiciones de pintura, escultura y otras artes aplicadas que llenan las salas del museo Guggenheim con obras propias, otras pertenecientes a la fundación Guggenheim y exposiciones itinerantes que despiertan la admiración de las gentes que se acercan a él. Pero esto merece un apartado especial y sobre ello hay múltiples web en la cuales encontraremos información más detallada y exhaustiva.
Aparte de las exposiciones temporales  el edificio, en sí, está considerado una obra emblemática de la arquitectura contemporánea
Respecto al exterior hay que decir que lo más llamativo, a primera vista, del museo es el edificio en sí. Su diseño y su construcción siguen el estilo y método de Frank Gehry, esto es,  el deconstructivismo.
Su estructura principal está esculpida adoptando contornos casi orgánicos. Visto desde la ría parece tener forma de barco, homenaje al pasado portuario de la ciudad, pero sus paneles brillantes se
  asemejan a las escamas de un pez y visto desde arriba, el puente de La Salve, tiene forma de flor, formas todas ellas orgánicas siguiendo el estilo propio de Gehry.
El museo afirma no contener una sola superficie plana en toda su estructura. Parte del edificio es cruzado por un puente elevado y el exterior con esas formas curvilíneas y retorcidas está recubierto por placas de titanio, cerca de 33.000 placas, cortinas de cristal y por una piedra caliza que fue muy difícil de encontrar (al final se logró encontrar en Huéscar, Granada) de un color similar a la que se utilizó para construir la Universidad de Deusto
Atrio
Y si en la parte norte/noreste, que da a la ría, hay ese predominio de formas curvilíneas y retorcidas que dotan de ingravidez al edificio y que le hace parecer que “flota” sobre la ría; hacia el sur, la que mira al centro urbano de Bilbao, Frank Gehry coloca, en contraste con ellas,  una serie de bloques con formas mucho más rectas y racionales, incluso con distintos materiales, como la piedra, que dan sensación de  robustez y estabilidad al edificio. 
Las formas del interior no son tan complejas como las exteriores. Una vez en el Vestíbulo, que sirve de distribuidor, accedemos al Atrio, que es el auténtico corazón del Museo. Se trata de un gran espacio diáfano de volúmenes curvos que conectan el interior y el exterior del edificio mediante grandes muros cortina de vidrio y un gran lucernario cenital en forma de flor metálica que lo cubre, que es la parte más alta del edificio y uno de sus rasgos más característicos, desde el exterior. 
Cuenta el edificio con una superficie total de 24.000 m², y más de 50 m. de altura, de los cuales 10.540 m², distribuidos en 19 galerías, están reservados para las exposiciones, siendo el museo con más metros expositivos del Estado. 
Los tres niveles del Museo se organizan en torno a este Atrio central, que sirve como eje que ordena las 19 galerías que alberga el Museo, que se conectan mediante pasarelas curvilíneas, ascensores de titanio y cristal, y torres de escaleras, pero que también funciona como espacio expositivo. 
Diez de estas diecinueve galerías son ortogonales y con forma más clásica o tradicional. Las otras nueve, son más irregulares y de volumetrías más orgánicas. Dichas salas tienen una gran amplitud y sus diferentes volúmenes y perspectivas, permite disponer de distintos espacios interiores que rompen esa monotonía de los museos tradicionales.
 La obra más voluminosa,  se encuentra en una de las galerías más grandes, de 130 metros de largo y 30 metros de ancho. 
Puppy
El exterior del Museo, cuyo perímetro está  rodeado de paseos y plazas, puede recorrerse íntegramente, y sirve también para la exhibición de obras artísticas entre las que encontramos dos esculturas que han pasado a ser iconos del museo, una es la escultura Puppy de Jeff Koons
, situada en la pequeña plaza que antecede a la entrada principal del museo.  Se trata de un gigantesco perro West Highland terrier  cubierto de flores naturales de temporada. Koons ha diseñado esta escultura con la  finalidad de atraer, suscitar optimismo e infundir, "confianza y seguridad". Puppy, majestuoso y robusto al tiempo que hace guardia a las puertas del Museo, llena a los espectadores de todas las edades de admiración y de alegría.
Mamá
A la izquierda del museo hay unas escaleras exteriores que descienden a una pasarela que, a su vez, transcurre paralelamente a la cara norte del edificio y entre la ría de Bilbao y un estanque. 
Allí se encuentra una escultura denominada Mamá (Maman), de casi 9 metros de altura, es una  escultura de la artista Louise Bourgeois y pertenece a una serie suya inspirada en las arañas. Bourgeois la presenta como un homenaje a su madre, que era tejedora. La araña utiliza la seda tanto para fabricar el capullo como para cazar a su presa, así que la maternidad encarna al mismo tiempo fortaleza y fragilidad. Estas ambigüedades se reflejan en esta Mamá gigantesca, que se sostiene sobre unas patas que semejan arcos góticos y que funcionan al mismo tiempo como jaula y como guarida protectora de una bolsa llena de huevos que se encuentran peligrosamente adheridos a su abdomen. La araña provoca pavor y miedo pero su gran altura, sorprendentemente equilibrada sobre unas ligeras patas, transmite una vulnerabilidad casi conmovedora
Tulipanes de Jeff Koons
Tampoco podemos olvidar en su exterior dos representaciones icónicas como son los "Tulipanes", escultura llena de color, y que se ubica en uno de los laterales del museo. También de Jeff Koons, refleja a la perfección el estilo del artista y simboliza la niñez y la inocencia, y es todo un llamamiento a la vida edulcorada que ansiaba el autor.
Gran Árbol y el ojo
Y, como no, el "Gran árbol y el ojo", escultura del artista Anish Kapoor que se encuentra en el lago del Guggenheim y es una de las señas de identidad del exterior de museo. Consta de 73 esferas sostenidas por tres ejes que reflejan el museo, la  ría de Bilbao y los rostros de quienes se acercan a la escultura.
Se ubica, el museo, a orillas de la ría, en una zona denominada Abandoibarra, junto al puente de La Salveanteriormente denominado puente Príncipes de España hasta su cambio en 2016. 
Tanto el edificio como su colección permanente pertenecen a las autoridades vascas que tienen suscrito con la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York un contrato de colaboración hasta el año 2034.
Sala ZERO
A partir de 2018 el museo inauguró la sala ZERO, sita en el vestíbulo y de aforo limitado, y en la que a través del lenguaje visual, una proyección, da la bienvenida a todos los públicos y acerca al visitante a la historia del Museo y de su entorno, con una aproximación al edificio de Frank Gehry y a la Colección Permanente del Museo Guggenheim Bilbao. Aforo limitado.

Museo de Bellas Artes de Bilbao
¿Qué es?:
Otro de los mejores museos de Euskadi y de España. 
¿Por qué ir?: Porque cuenta con colecciones interesantísimas de artistas de la talla de Goya, El Greco, Murillo o Gauguin. Y porque cuenta con una excelente representación del arte vasco a través de obras de artistas vascos como Chillida, Oteiza, Ibarrola… 
Porque en él podemos encontrar obras no sólo de las escuelas española y vasca, también muestras de escuelas como la  flamenca y la holandesa de entre los siglos XV y XVII, obras de la escuela italiana, así como algunos ejemplos de la vanguardia impresionista y postimpresionista  que le dan el toque internacional que requiere una pinacoteca de “alcurnia”.
Y sobre todo porque sobreponiéndose a la fama de su vecino y tras más de 100 años de historia, ha conseguido mantener el interés de los amantes del arte de nuestra ciudad y foráneos.
Para conocer el actual museo de Bellas Artes de Bilbao debemos remontarnos al año de su fundación y a la apertura al público que se produjo tras seis intensos años de trabajo en 1914.
Su primera sede fue en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, sita en el edificio del antiguo Hospital Civil de Achuri.
En estos primeros años se produjeron importantes donaciones y legados tanto de particulares como de instituciones que, de alguna forma, determinaron la línea de acción y los objetivos de la institución. 
Al mismo tiempo aparece una gran inquietud, sobre todo en la comunidad artística, para que la pinacoteca, además de ser un reflejo del Arte clásico y tradicional, fuera un exponente actual del arte contemporáneo.
Fruto de esta inquietud es la creación de un nuevo museo dedicado al arte moderno y contemporáneo, será la creación en el año 1924 del museo de Arte Moderno que es instaurado en unas dependencias de la Diputación y dirigido por el pintor Aurelio Arteta.
Durante la guerra del 1936 la colección del Museo de Bellas Artes se trasladó al Depósito Franco de Uribitarte, en Bilbao, mientras que las obras del Museo de Arte Moderno fueron expatriadas.
Concluida la guerra y recuperadas las obras, pero con los edificios destruidos o inhabilitados, se ve la necesidad de la construcción de un nuevo edificio que las pudiera albergar. Es cuando el Ayuntamiento junto con la Diputación acuerda sufragar la construcción de un edificio, pero común para los dos museos, el edificio antiguo, que se llevará a cabo en el ensanche de la ciudad, lo que actualmente es el parque de Doña Casilda.
El nuevo edificio de corte neoclásico es diseñado por Fernando Urrutia y Gonzalo Cárdenas,
que se inspiraron en el del Prado y se llevó a cabo combinando la piedra y el ladrillo rojo. 
Durante un tiempo cada uno de los museos conservó su denominación, pero finalmente las dos instituciones, el museo de Bellas Artes de Bilbao y el museo de Arte Moderno, ya en 1945, se fusionan y deciden unir sus respectivas colecciones, bajo la nueva denominación de Museo de Bellas Artes y de Arte Moderno de Bilbao. Y en 1962 es declarado Monumento Nacional.
Pero como sucede en ocasiones este espacio enseguida resultó insuficiente para el proyecto que se pretendía, por lo que se decidió su ampliación.
El edificio nuevo estuvo bajo la dirección de dos  arquitectos locales Álvaro Líbano y Ricardo de Beascoa que con un diseño minimalista y la utilización de materiales más vanguardistas como el metal o el vidrio trajeron a Bilbao la arquitectura del movimiento moderno, esto es, la creación de espacios más abiertos con menos obstáculos y ornamentos que respondían a las nuevas tendencias del arte. Este nuevo edificio se inauguró en 1970, alojando desde entonces la sección de arte contemporáneo.
Posteriormente en el 2001 y dirigida por de Luis María Uriarte, tras una adjudicación por concurso, se realizó una importante tarea de ampliación y reforma, respetando la arquitectura existente y en la que se liberaron y habilitaron nuevos espacios para mejorar y optimizar los servicios e instalaciones (servicios (recepción, cafetería, restaurante, tienda-librería, biblioteca, departamento didáctico y auditorio) y ampliar los espacios para exposición.   
Se mejoró la comunicación entre los dos edificios con una nueva galería y se climatizó el edificio antiguo, adquiriendo el museo su fisonomía actual.
También se actuó en el exterior a través de la adecuación de los accesos.
El conjunto de estas obras supuso una ampliación aproximada de la superficie de 6.450 m2 y una intervención sobre 14.250 m2.. La inversión global fue de 15 millones de euros, financiados por las instituciones que forman parte del museo: Gobierno Vasco, Diputación Foral de Bizkaia y Ayuntamiento de Bilbao
En mayo de 2009, desde el Ayuntamiento de Bilbao, en boca de su alcalde Iñaki Azkuna, se habló de buscar una segunda sede para exponer los fondos de arte que permanecían almacenados. Y aunque el debate, que estuvo largo tiempo en la opinión pública, finalmente desapareció, se aprovechó, la circunstancia, para llevar a cabo algunas mejoras en suelos y paredes haciéndolas más versátiles y diáfanas. 
Pero no quedaron en el olvido los deseos reformistas de la institución por lo que a finales de 2018, el Gobierno Vasco habló de nuevo de la ampliación del Museo con la inversión de una importante cantidad de dinero y la convocatoria de un concurso de proyecto en febrero de 2019. Se presentaron 57 proyectos, se seleccionaron 6 y finalmente se dio como ganador al proyecto del británico Norman Foster, que él denominó “Agravitas” y que prevé su finalización para verano del 2024.
Proyecto de Norman Foster

El proyecto, desde entonces, no ha estado exento de polémica, tanto por su coste y su incremento, como por los informes contrarios, por irregularidades, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y las protestas y denuncias de algunas asociaciones de ciudadanos, entre ellos algunos arquitectos, por agresión patrimonial y medioambiental.
Croquis propuesta de Foster
Hay que destacar, a lo largo del tiempo, la unidad de acción entre tres estamentos, la ciudadanía, la comunidad artística y las instituciones públicas, unidad de acción con un objetivo común: el deseo de convertir Bilbao en un referente cultural. Y este objetivo se ha constituido en el eje vertebrador de una política de compras y donaciones de obras de arte hasta conformar una interesante colección caracterizada por su amplitud cronológica que abarca desde manifestaciones del siglo XIII hasta nuestros días y por su gran diversidad de manifestaciones artísticas. 
En diciembre de 2000, las instituciones acordaron la creación de la Fundación Museo de Bellas Artes de Bilbao. El órgano de gobierno es el Patronato, en el que se integran representantes de las instituciones junto a otras personas físicas o jurídicas que, por sus aportaciones o por su conocimiento de la actividad museística, favorecen la consecución del fin fundacional: reunir, conservar, estudiar y exhibir la colección propia, procurar su enriquecimiento, mantener servicios y promover actividades de calidad con el fin de contribuir decisivamente a la educación de la sociedad y a la proyección de los valores culturales de la Comunidad Autónoma Vasca.
A día de hoy el museo tiene una superficie total de 13.914 , de los cuales 5.089 se distribuyen en las 33 salas dedicadas a la colección permanente, conformada por más de 10.000 objetos: unas 1.500 pinturas, más de 400 esculturas,  aproximadamente 6500 obras sobre papel y un millar de piezas de artes aplicadas. Se encuentran distribuidos en cinco grandes secciones: Arte antiguoArte moderno y contemporáneoArte vasco, Obra sobre papel y Artes aplicadas y 1.142  en las exposiciones temporales y el resto en servicios internos y de atención al visitante. 
A lo largo de su recorrido podemos encontrar obras pertenecientes, no sólo a la escuela pictórica española con obras relevantes de: El Greco, Ribera, Murillo, Zurbarán o el mismo Goya o ejemplos de las principales escuelas europeas flamenca u holandesa como: Gossart, Benson o Van Dyck; sino con otras colecciones excepcionales como la colección de Cerámica de Manises de los siglos XIV a XVI o la de bronces etruscos, itálicos, romanos e ibéricos cuya cronología se remonta al siglo VI a.de C., o la de arte oriental.
Además posee la más importante colección de artistas vascos siendo la institución de referencia para el conocimiento del arte vasco. 
En una visita a esta pinacoteca no podemos pasar por alto algunas de sus obras maestras. Entre ellas: 

*.- Majestad de Cristo en la cruz. Anónimo catalán de la primera mitad del siglo XIII
Esta imagen de Cristo en la cruz está tallada en madera y policromada al temple.
Este tipo de tallas recibe el nombre de “majestad” y equivale a los “calvarios” que culminan los retablos góticos.
Esta cruz reúne todas las características de este tipo de imaginería: Cristo parece adosado más que clavado a la cruz, los ojos abiertos, los brazos horizontales, presenta los cuatro clavos característicos de las representaciones románicas y la ausencia de corona de espinas.
Hay una total ausencia de sentimiento y movimiento manifestando ese hieratismo solemne propio del románico. Aparece vestido con una túnica de tipo siríaca y de color rojo ceñida por el cíngulo, la túnica está ricamente ornada con motivos pintados de círculos azules que encierran águilas (símbolos de la redención) y elementos de relieve en yeso. Todo ello trasmite la idea de un Jesús triunfador sobre la muerte 
Le acompaña la inscripción mediante una cartela longitudinal, que lo señala como «Jesucristo rey de los judíos», desarrollada en la parte superior del anverso de la cruz.
Hay que destacarla presencia de las figuras de María y San Juan, pintadas en los extremos del travesaño, y la de Adán resucitando (saliendo del sepulcro), en la parte inferior. 
En la parte superior aparecen el sol y la luna, haciendo referencia al eclipse que tuvo lugar en el momento de la ejecución de Jesucristo.

*.- La Anunciación de El Greco
Esta  Anunciación de El Greco, es una pintura al óleo en  versión reducida del gran lienzo conservado en el Museo del Prado. La obra responde a la costumbre de El Greco de repetir en lienzos pequeños las obras de mayor éxito o que más le gustaban. Otra versión, también reducida de esta obra, se conserva en el museo Thyssen-Bornemisza.
En ella la virgen,  con su túnica rosada con destellos blancos y su manto azul oscuro está de  pie  y se gira hacia el arcángel Gabriel con los brazos abiertos en señal de aceptación del mandato divino.  Gabriel, por su parte, cruza  los brazos sobre su pecho en actitud de adoración.
Entre estos dos personajes, centrales de la escena, el arbusto verde (zarza) arde con llamas blancas representando la pureza de la Virgen.
Todo ello en presencia de la paloma blanca que representa al Espíritu Santo revoloteando en una reluciente luz amarillenta, entre las nubes grises y azules decoradas con cabezas de querubines, y rodeada de serafines que, con sus ropajes verdes, anaranjados, marrones, blancos y azules pálidos, contribuyen a dar colorido a esta pintura y que, cual coro angelical, entonan himnos de alabanza con diferentes instrumentos musicales como la flauta, el arpa, la viola de gamba… Representando todo el conjunto el momento de la Anunciación.
El Greco, en esta obra, a diferencia de otras anunciaciones prescinde por completo de la representación de la estancia física, centrándose en el ambiente celestial y tan sólo introduce algunos elementos ambientales que están dotados de un valor simbólico, como son el reclinatorio, el cesto o la misma zarza ardiendo.
Hay que destacar que fue pintada con extraordinaria soltura y una espléndida gama cromática, siendo una de las obras más representativa de sus últimos años.

*.- Lucrecia de Lucas Cranach, óleo sobre tabla de haya de mediados del siglo XVI.
Las representaciones de Lucrecia gozaron de una especial estima en la pintura del Renacimiento. Entre los pintores que representaron su imagen encontramos a Tiziano, Rembrandt, Rafael, Botticelli o Durero, pero fue pintor alemán Lucas Cranach quien, podemos decir que, se especializó en el tema, realizando más de cincuenta versiones, a las que debemos añadir las réplicas, variaciones y versiones salidas de su taller familiar, lo que indica el éxito de la iconografía en la Alemania de la Reforma. Así, el
tema del desnudo, tanto masculino como femenino, fue muy abundante, con infinidad de versiones de temas como Adán y Eva, Hércules, Venus, etc. 
La historia de Lucrecia nos es conocida a través del historiador romano Tito Livio. La mujer era hija del cónsul Espurio Lucrecio y esposa de Colatino. Estaba considerada una de las mujeres más bellas y respetadas del Imperio Romano. Cuando su marido se encontraba fuera de Roma su primo Sexto Tarquinio, hijo de Tarquinio el Soberbio, aprovechó la noche para violarla, amenazándola, en caso de delación, con ser acusada de haber pasado la noche con un criado, por lo que Lucrecia consintió la violación. Aunque Colatino aceptó las explicaciones de la mujer, ésta no pudo soportar la vergüenza y se suicidó clavándose un puñal en presencia de su padre y de su marido. Desde entonces se convirtió en uno de los ejemplos favoritos de virtud y fortaleza femenina.
Muerta Lucrecia la ira de su familia fue feroz, proclamaron que no cejarían hasta que el último de los Tarquinios fuera exterminado. Expulsaron a Tarquinio el soberbio de Roma. Y ya sin rey proclamaron la república y eligieron un senado.
Y esta pintura de carácter manierista constituye una de las más refinadas versiones del tema.
Representa el momento del suicidio de Lucrecia. La figura de la protagonista recortada sobre un fondo oscuro aparece de frente, de tres cuartos, con el pecho desnudo, sólo cubierto por una suave y transparente gasa que no oculta en ningún momento su desnudez.
Cranach fue un maestro en este tipo de sensuales transparencias y el cuidadoso trabajo de los vestidos. También ese escorzo corporal es propio de las mujeres que representó en sus obras, así como la bella cara redonda y mentón pronunciado. 
El cuerpo de Lucrecia se inclina hacia la izquierda, insinuando una leve diagonal, que se compensa con el contraposto del rostro y el del puñal. El movimiento, que hace caer el transparente velo, afecta igualmente al collar de Lucrecia, lo que otorga a la composición un sutil dinamismo que proporciona al cuadro el dramatismo inherente a la historia que narra. La belleza del cuerpo, la delicadeza del rostro, su mirada en la que podemos apreciar una mezcla de dolor y erotismo.
Destacan también los aderezos decorativos como el manto de terciopelo granate, la sensualidad de las joyas: al cuello la gargantilla y el collar de eslabones o la elaborada y meticulosa ejecución en la representación del trabajo de orfebrería de la empuñadura de la daga o lo sutil del velo que sirve para resaltar la sensualidad del desnudo y posicionar los brazos y las manos 
En esta obra toda la atención se concentra en el personaje de Lucrecia y en la belleza pálida de su anatomía de formas ondulantes, que se resalta por un potente haz de luz.

*.- El rapto de Europa de Martín de Vos, óleo sobre tabla de roble de finales del siglo XVI.
Este cuadro narra la historia de la princesa fenicia Europa, hija del rey Sidón, a la que Júpiter, soberano de los dioses, raptó bajo la apariencia de un toro. Enamorado de la joven, Júpiter se la llevó a Creta y aún hoy debemos el nombre del continente a aquella mítica aventura amorosa. Diversas fuentes clásicas hacen referencia a este mito, de Vos, se basa
  en  “Las  Metamorfosis”  de  Ovidio”, por ello los dioses adoptan los nombre romanos: Júpiter, Mercurio.
Al recorrer el lienzo, se observan tres escenas diferentes, representadas en planos alejados entre sí. Es un recurso pictórico utilizado por la pintura flamenca en épocas anteriores.
En la parte superior izquierda, vuelve a aparecer Europa, que se baña y juega en la playa con sus compañeras siendo observada por Júpiter representado por un ser barbudo.
Detrás Mercurio, el dios con el casco y los pies alados, que planea  en  el  cielo  rodeado  de  amorcillos, uno de los cuales sostiene en sus manos los rayos de Júpiter vemos una pequeña procesión que conduce un toro de las mismas características que en el que se transformará Júpiter hasta el altar de un templo. Al parecer, algunos ciudadanos construyeron un templo en honor de Europa tras su rapto, por lo que es posible que esta escena se concibiera a modo de epílogo.
Y a la derecha y tras la escena del rapto, parte principal del cuadro, aparece un barco en clara alusión al traslado de la pareja hasta Creta.
En este caso, la historia se muestra como un viaje triunfal: los putti revolotean celebrando el éxito de Júpiter y la princesa irradia cierta serenidad. Sin embargo, la incómoda postura de la joven nos advierte de que estamos presenciando un brutal rapto y la penetrante mirada del robusto toro enfrentada a la del espectador confirma esta sospecha.
Este cuadro pone de manifiesto el virtuosismo del autor en múltiples aspectos, mezclando el elegante estilo italiano adquirido en su estancia en Venecia o Roma con su formación flamenca a la hora de plasmar detalles anecdóticos, entre los que a mí me ha impresionado la trasparencia del agua.
El pintor   demuestra   gran   habilidad   en   la   representación   del   desnudo femenino, de generosa anatomía según el gusto de la época,  modelado  con  un  sfumato impecable.  La  luz  surge  de  las  carnaciones  del  cuerpo  de  Europa  a  través  de  suaves veladuras. La túnica amarilla y el paño rojo ondulante al viento proporcionan  interesantes  efectos  de  color  y  movimiento  a  la  composición.

*.- Lot y sus hijas de Orazio Gentileschi, óleo sobre lienzo segundo cuarto del siglo XVII.
En Lot y sus hijas, el pintor representa la escena en la que el patriarca bíblico, avisado por un ángel de la inminente destrucción de Sodoma, huye con su familia. En el camino, su mujer es convertida en estatua de sal por desobedecer las órdenes divinas al volver su mirada hacia la ciudad en llamas. Refugiados Lot y sus dos hijas en una cueva, y temiendo éstas quedarse solas en el mundo, traman una relación incestuosa, para quedarse embarazadas y poder tener descendencia.
Gentileschi tiene la habilidad de plasmar el escabroso tema erótico de un modo sugerente, incluso con cierta elegancia.
El pintor muestra aquí una elaborada y sensual composición en la que las tres figuras son de tamaño próximo al natural. Representada cada una de ellas con uno de los colores primarios (Lot de rojo, y sus hijas de amarillo y azul), forman una acusada diagonal (determinada por la postura de cada una de las figuras) y sus vivos tonos contrastan con fuerza sobre la oscuridad de la cueva provista de dos aberturas a través de las que se aprecia el cielo y un apacible paisaje.
Lot, ebrio, duerme sobre el regazo de una de sus hijas, vestida de amarillo claro, mientras la otra permanece en pie cubierta con un traje pintado mediante un brillante y puro pigmento azul ultramar. Cruza su mirada con la de su hermana y señala con sus manos a la ciudad de Sodoma en llamas, al fondo del paisaje, en el que se percibe una minúscula figura, la estatua de sal en la que se ha convertido su madre.
La maestría del pintor se refleja en todos los elementos de la composición, y es muy evidente en las distintas calidades de los tejidos, como la túnica de seda granate de Lot con efectos tornasolados en azul, con los que consigue un resultado de extraordinaria belleza. Muestra también su destreza en la representación de la textura y el colorido de los objetos metálicos que aluden a la embriaguez de Lot: el recipiente dorado en el que bebe el vino y la jarra de estaño volcada en el suelo con el resto del vino que contenía, y, sobre todo, el exquisito racimo de uvas que cuelga de la parra en una de las aberturas de la cueva. Gentileschi ha interpretado el tema valiéndose más de la insinuación y la sugerencia que de los hechos evidentes.
La paleta de Gentileschi es reducida, pero con ella consigue combinaciones elegantes al aplicar las grandes manchas de la ropa —roja, amarilla, azul y blanca— sobre un fondo y un paisaje donde predominan gamas oscuras de grises, azules y tierras.
La obra está firmada en su parte central, en las paredes de la cueva, junto a la hija que está de pie con la inscripción HORA. GIENTIL.

*.- San Sebastián curado por las santas mujeres de José de Ribera. Óleo sobre lienzo, 1º cuarto del siglo XVII.
El San Sebastián curado por las santas mujeres es una composición con tres figuras, más el par de angelillos volantes que traen la corona y la palma del martirio.
El Santo está tumbado, con el brazo derecho al que dirige su mirada, atado a un árbol por su muñeca derecha. Las santas mujeres, Irene en la acción de extraer el ungüento y Lucila, que le extrae las saetas, para aplicarle el sanador ungüento que llevan en el tarro. En la parte superior izquierda contemplamos a dos angelitos que portan una corona y una palma.
Los personajes se recortan ante un fondo neutro que impide intuir cualquier referencia paisajística. El trabajo lumínico, con clara influencia de Caravaggio, crea un ambiente tenebrista que aporta tensión y emoción a la escena. Y es, precisamente, esa ausencia de paisaje lo que permite descubrir el naturalismo tanto de los de gestos, actitudes y expresiones de los personajes, como de los detalles de los ropajes, por ejemplo el manto azul, bajo San Sebastián con pliegues a modo de olas con la línea de cresta muy quebrada que se combina con el blanco del paño de pureza o la gran masa rojo oscuro de la vestimenta de Santa Irene que contrasta con las carnaciones de su rostro y manos o los tonos mate de pardo y verde, que hacen que destaquen las manos que extraen con delicada seguridad la saeta.
Las figuras muestran un sensacional escorzo, adaptándose al marco. A destacar el del santo, cuya anatomía perfectamente representada traza una  suave curva desde los pies hasta el brazo elevado atado al árbol, que atraviesa en diagonal casi todo el primer plano. Santa Irene aunque  está arrodillada llega con la cabeza hasta el límite superior del cuadro, mientras santa Lucila, en perfil de cuarto de círculo, cierra la composición por la izquierda.
El cuerpo del santo semicolgado de un árbol al que está atado por una de las muñecas es un motivo compositivo que Ribera presenta aquí de forma magistral, y que ensayará incansablemente a lo largo de su obra.
Al parecer Felipe IV lo mandó llevar a El Escorial y con la invasión napoleónica fue llevado a Madrid y regalado por el rey José I al Mariscal Soult, gran amante de la pintura española, en especial de las obras de Murillo.
El cuadro tiene una firma muy gastada en la que sólo resulta legible un resto del nombre, pero no hay rastro de la fecha. Debió de sufrir alteraciones durante su estancia en Francia.

*.- La Virgen con el Niño Jesús y San Juan Bautista niño de Francisco de Zurbarán. Óleo sobre lienzo, cuarto del XVII.
En los Evangelios canónicos no aparece la visita del pequeño San Juan Bautista a la Sagrada Familia, pero a partir del siglo XVII se empieza a aceptar como un hecho histórico porque ofrecía un tema muy grato y al mismo tiempo tristemente profético. Y
La Virgen con el Niño Jesús y San Juan Bautista niño representa precisamente este episodio.
En este cuadro, de estructura piramidal, los elementos que lo conforman, además de presentarnos una escena religiosa de tipo familiar, funcionan como presagio del futuro que le espera al Niño Jesús, esto es su Pasión. Podemos ver a la Virgen con el Niño Jesús en brazos, quien, a su vez, está jugando con su primo, San Juan Bautista. 
La iconografía del lienzo, como la de todos los cuadros de devoción, es complicada y está llena de pequeños símbolos que lo convierten casi en un código criptográfico para ser leído atentamente.
El cordero, símbolo de la víctima pascual ofrecida en sacrificio por el pecado humano,
 la cruz en la mano de San Juan Bautista, que nos habla de la Crucifixión, las frutas sobre la mesa como símbolos de la salvación del hombre y el rojo de la túnica de la Virgen relacionada con la sangre derramada, son símbolos de la Pasión y el sufrimiento de Cristo. El Niño Jesús bendice a su primo, mientras el besa su mano adorándole. La Virgen sostiene un libro del Antiguo Testamento cerrado después de una meditación y su rostro expresa una triste resignación por el destino de Cristo.
Zurbarán representa a menudo esta misma Virgen, virgen que mantiene los rasgos andaluces de todas sus santas y vírgenes: morena, de rostro ovalado y ojos almendrados, diríase de una belleza melancólica, que inclina la cabeza, en este caso, sobre el hombro derecho.
Que Zurbarán era un gran dibujante lo demuestra la habilidad para imitar la riqueza de las telas y objetos, y aquí destaca sobre todo por la manera de trabajar el color y la luz. El colorido es rico, aunque da sensación de sobriedad. Predominan los tonos cálidos equilibrados por el azul del manto de la Virgen y el fondo aceitunado.
 En cuanto al tratamiento de la luz, aquí la luz está pensada para crear una atmósfera misteriosa y un poco neblinosa para trasmitir sensación de intimidad, ternura y melancolía.
La Virgen lleva una túnica carmín y el manto azul intenso, con un velo ligero de tonos parduzcos que le rodea el cuello. 
El pequeño Jesús rubio, casi desnudo, apenas cubierto por un paño blanco que resalta sus blanquecinas carnaciones y que alude al sudario que llevará en el sepulcro, puesto que está destinado a morir, se convierte en el personaje central de la escena y  San Juanito, no muy bello pero enternecedor, con su carita atenta, que viste una zalea marrón, cerrada por un cinturón de cuero, y que alude a las pobres vestiduras que portará cuando de mayor marche al desierto para hacer penitencia. También lleva una cruz de madera, que alude a Cristo y al importante papel del Bautista en su vida.
Sobre la pequeña mesa de la derecha y recubierta de verde oscuro, encontramos un típico plato brillante en cuyos bordes se reflejan en el  contenido, unas preciosas manzanas rojas y peras de un amarillo rosado, constituyendo, de por sí, un bonito bodegón.
Este cuadro, pintado por Francisco de Zurbarán en 1662, con una cartela que parece haber sido adherida a la superficie del lienzo con un pedazo de cera roja, como en otras obras del pintor, es la última obra con fecha que se conoce de este artista, pues no hay noticias de que después de este cuadro pintara ningún otro, dedicando sus dos últimos años de vida a un pequeño negocio de telas y adornos.

*.- San Pedro en lágrimas de Bartolomé Esteban Murillo. Óleo sobre lienzo, mediados del siglo XVII.
El Barroco constituyó una verdadera «escuela de las lágrimas», elemento esencial para representar la pena interior, creada por la culpa del pecado y vinculada a la penitencia y al arrepentimiento tras la confesión que era una de las armas para combatir la Reforma luterana.
Esta imagen del apóstol Pedro arrepentido de su negación a Cristo, según los Evangelios corresponde al relato bíblico del llanto que suscita el haber traicionado a su maestro al negarlo tres veces.
Sentado sobre una piedra, de frente y con las manos entrelazadas, su rostro muestra a la vez el dolor del pecado cometido y la esperanza del perdón con la cabeza alzada, los ojos llenos de lágrimas y la mirada dirigida hacia el cielo rogando ese perdón.
El tratamiento de las telas es el característico de un pintor que domina el dibujo con unos pliegues perfectamente perfilados y redondeados.  Viste túnica azulada verdosa y manto ocre anaranjado que envuelve su pierna izquierda. A su lado un libro y una llave sujeta con una cinta que descansa sobre el libro. 
Este cuadro tiene los elementos clásicos del claroscuro barroco, un fondo sombrío de tono tenebrista,  a la manera de Caravaggio, aunque más atenuado, que contribuye a destacar la figura del santo dotada de un intenso naturalismo con detalles que demuestran su vigorosa técnica, como las manos, la llave o el libro y una luz que baja en diagonal, contorneando la figura y especialmente el rostro del personaje.
Estuvo atribuida a Ribera por el naturalismo y la iluminación de tono tenebrista. Sin embargo, tras numerosos estudios sobre la disposición, en tres cuartos, y la estructura del cuadro, diagonal descendente de derecha a izquierda, o de los elementos que lo componen como, el fondo oscuro, el libro, la llave… y la utilización de pigmentos propios de la pintura sevillana como el albayalde o blanco de plomo, amarillo de plomo y estaño, ocre, bermellón, minio, tierras de sombra, azurita y negro de carbón
vegetal, el reconocimiento ha sido unánime como obra de Murillo aunque queda patente la fuerte influencia que Ribera tuvo en ésta y otros trabajos del autor.

*.- Retrato de Martín Zapater de Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo, finales del XVIII.
Francisco de Goya
conoció a Martín Zapater, en el Colegio de los Padres Escolapios de Zaragoza. Zapater aunque de familia modesta medró socialmente adquiriendo título de nobleza del reino de Aragón. Fue uno de los fundadores de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en Aragón,  contribuyó a la fundación del Teatro Municipal de Zaragoza y promovió la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis en Zaragoza. Goya y Martín Zapater fueron "amigos" hasta el final de la vida de éste, como atestigua la extensa correspondencia que se intercambiaron. Se enviaron más de 140 cartas y ambos tenían una común afición: la caza.
En 1797 Zapater viaja a Madrid alojándose en la casa de Goya, quien aprovecha para retratar, de nuevo, a su amigo con esas dotes excepcionales que poseía para el retrato.
Se trata de un retrato sencillo e intimista en el que Goya representa a su mejor amigo con total libertad, centrando su atención,  como acostumbraba a hacer en sus retratos, en el rostro y ofreciéndonos la imagen de un señor maduro, Zapater tiene en ese momento cincuenta años, de rostro afable, con rasgos fisonómicos muy marcados, como la barbilla redondeada, nariz prominente, ojos hundidos, cejas pobladas y frente despejada, que mientras posa sonríe levemente fijando su mirada en su amigo, el pintor. Y es precisamente en su mirada donde Goya consigue captar la personalidad del retratado.
Es un retrato de los denominados de busto prolongado, con la figura en posición de tres cuartos, levemente girado hacia su izquierda, de donde procede el foco de luz y recortada sobre un fondo neutro de color gris verdoso.
Martín Zapater viste una elegante casaca de terciopelo marrón de amplias solapas con doble botonadura de plata, por la que asoma la camisa blanca y corbatín blanco animado por ligeras pinceladas azules,  anudado al cuello a la moda romántica.
Para plasmar la casaca y el corbatín, utiliza con gran soltura pinceladas más amplias, cargadas de pasta en algunos puntos y que permiten entrever la preparación amarillenta.
Seis años después de pintado ese retrato, fallecía Zapater.
Esta obra, conservada en buenas condiciones, era en origen de formato rectangular, de mayor tamaño y pintada en un óvalo. Años más tarde, se recortó perdiendo los cuatro ángulos. En el antepecho gris claro de la parte inferior, el pintor escribió la dedicatoria destinada a su mejor y más entrañable compañero: "Goya. A su Amigo Martín Zapater. 1797.".

*.- Mujer sentada con un niño en brazos de Mary Cassatt. Óleo sobre lienzo, finales del XIX.
Mary Stevenson Cassatt, norteamericana de Pittsburgh nació en 1844. Cassatt pintó prolíficamente hasta bien avanzada edad. Falleciendo en Francia a los 82 años.
De familia acomodada pasó cinco años en Europa y visitó importantes capitales como Londres, París y Berlín, entrando en contacto con los artistas franceses Degas y Pissarro, quienes más tarde serían sus colegas y mentores. Degas influenció tremendamente en Cassatt, de quien con ingenio comentó "Ninguna mujer tiene el derecho de dibujar así".
Degas y Cassatt tuvieron una estrecha relación de trabajo durante años, años en los que Cassatt manifestó su destreza y habilidad para el dibujo, la composición y el dominio del color sobre todo al pastel,  reivindicándose como figura capital del impresionismo femenino.
Sufragistas en E.E.U.U.
Cassatt fue una mujer de tendencias claramente feministas y muy ligada al movimiento sufragista americano, aunque denostada por algunos movimientos feministas, que cuestionaban sus visiones maternales de la mujer.
A lo largo de su producción pictórica  pasó de  pintora de la vida cotidiana de las mujeres contemporáneas de un nivel cultural y social similar al suyo, a quienes representó acudiendo al teatro y a la ópera, visitando museos y exposiciones, etcétera,  a retratista de la maternidad, trasladando su interés hacia ámbitos femeninos más privados, representando escenas de mujeres (madres en ocasiones, pero también niñeras o cuidadoras) con niños,  que se convirtieron en un asunto preferente. Escenas  que parecen secularizar las tradicionales imágenes de la Virgen y el niño, pero despojándolas de su simbolismo religioso y transformándolas en escenas domésticas cotidianas.
Mujer de negro
en la ópera
Se trata de un tema al que Cassatt, dedicó, a través de óleos, pasteles y grabados, casi un tercio de su producción total, alcanzando una gran popularidad por su capacidad para mostrar sin sentimentalismo -aunque introduciendo gran número de gestos y detalles de ternura- las relaciones madre-hijo.
Muchas de sus obras de la década de 1890 se inspiran en pinturas y esculturas del primer Renacimiento italiano, que tuvo oportunidad de conocer tanto en sus viajes por Italia como, sobre todo, en sus visitas al Museo del Louvre, de donde fue copista.
En el cuadro de factura abocetada y pintado con una pincelada rápida y seca con una reducida gama cromática, un niño de corta edad, en brazos de su madre o cuidadora, ambas figuras están vistas de medio cuerpo, mira al espectador mientras ésta, de espaldas, parece concentrada en la preparación de su aseo.
En la escena contrastan los tonos cálidos y fríos de las luces blancas, rosas, azules, grises y negras, con los contornos rigurosamente dibujados que definen las figuras y los objetos.
La composición asimétrica es poco convencional y las figuras, monumentales, quizás para enfatizar el contacto físico entre ambas, están situadas en un espacio fragmentado del que, a excepción de la jarra y la palangana colocadas a la izquierda, apenas se ofrecen datos, parece haber un desinterés por la descripción de los fondos, aunque el sillón –cuyo respaldo ocupa el primer término de la composición– sugiere que se trata de un agradable interior burgués.
Ese carácter abocetado del lienzo, podría llevar a pensar que se trata de una obra inacabada. Sin embargo, no hay que olvidar que el cuadro fue firmado por la artista, lo que prueba que para la artista se trataba de una obra terminada, y que este mismo abocetamiento  junto con los otros elementos aparece en otras obras  de mujeres con niños de este periodo realizadas por Cassatt.
Mujer sentada con un niño en brazos pertenece al importante conjunto de piezas adquiridas por la Diputación de Bizkaia con destino al museo en la primera Exposición Internacional de Pintura y Escultura celebrada en Bilbao en agosto de 1919.

*.- Laveuses à Arles (Lavanderas en Arlés) de Paul Gauguin. Óleo sobre lienzo, finales del XIX.
Lavanderas en Arlés fue pintada sobre un tosco lienzo comprado por Gauguin en la localidad francesa de Arlés, a donde había acudido a trabajar reclamado por Van Gogh, que pretendía crear un grupo artístico
.
Lavanderas en Arlés fue el primer cuadro de Gauguin que ingresó en una colección pública española. Fue adquirido por la Diputación de Bizkaia con motivo de la primera Exposición Internacional de Pintura y Escultura celebrada en Bilbao en 1919.
La pieza recoge el interés del artista por poner en valor la necesidad expresiva sobre la mera representación formal, concepto que caracterizó algunas de las principales obras de esta época y que supusieron su ruptura definitiva con el impresionismo.
Representa a unas lavanderas anónimas en sus quehaceres diarios con un marcado acento personal.
Elementos sobresalientes del cuadro son la abstracción de sus fondos con la utilización de zonas de color puro amplias y planas perfectamente separadas, parecen compartimentadas, por sus fuertes contrastes y los contornos delimitados por líneas oscuras con lo que se aumenta la expresividad cromática, el rechazo a la perspectiva con el abandono de la tercera dimensión, la impresión de movimiento y la captación fotográfica, que llevó al pintor a recortar la figura de la cabra, que parece entrometerse en la escena.
El pintor desarrolló, mediante obras como ésta, el abandono de las formas del naturalismo con una representación no
 mimética de la naturaleza, convirtiéndose en un referente y siendo  considerado el abanderado del postimpresionismo y el encargado de abrir camino a las tendencias artísticas de las vanguardias del siglo XX, como el fauvismo y el expresionismo.
La intensidad de los colores y la luz de la Polinesia, así como la estrecha relación entre la sociedad indígena y la naturaleza impresionaron al artista, de forma que los parajes exóticos y las creencias primitivas de Bretaña y Tahití, junto con la expresividad pictórica de su amigo Van Gogh, se convirtieron en los referentes para materializar sus ideas, que plasmó también en grabados, cerámicas y, en sus últimos años en la isla de Hiva-Oa, en esculturas.

*.- El beso de la reliquia de Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo, finales del XIX.
Este cuadro forma parte de una serie de obras en las que Sorolla utiliza como ambiente o decoración diversas partes de la iglesia del antiguo Colegio de San Pablo en Valencia, fundado por los jesuitas en 1559 y que sufrió diversas reformas a lo largo del tiempo. Reformas que afectaron al Colegio y a su capilla, hasta que en la Desamortización de 1835
  pasó a ser sede del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza. Actualmente es el Instituto Luis Vives de Valencia.
Todos los elementos físicos de la iglesia del Colegio de San Pablo en Valencia: los zócalos cerámicos, las rocallas enmarcando lienzos las rejas y los retablos  van a verse reflejados en las obras que Sorolla realiza en la última década del siglo XIX.
Sorolla, en esos años, ya con los treinta cumplidos, tenía una larga secuencia de actividades: había sido alumno de la llamada Escuela de Artesanos de Valencia, había estudiado varios años en la Escuela de Bellas Artes, había viajado a Madrid a estudiar el Museo del Prado y a copiar diversas obras de Velázquez, había obtenido la pensión de Roma de la Diputación de Valencia (1884-1888) y se había casado con Clotilde García del Castillo, hermana de un compañero suyo de la Escuela e hija de un afamado fotógrafo social de Valencia. Con ella se irá a Roma en el último año de su pensión, regresando en 1889.
Autorretrato
Durante esa década, Sorolla convive con una inmensa y selecta escuela de artista y entre ellos intentará crearse un estilo propio, superando, no sin tropiezos, la pintura histórica y social, y derivando, aunque, tan sólo, temporalmente hacia una pintura de tipo costumbrista, un tanto anecdótica, que le permita conseguir mejorar su sistema de vida, no olvidemos que entre 1889 y 1895 le nacen sus tres hijos: María Clotilde, Joaquín y Helena.
Pero el mérito esencial de su pintura es su rigor en el dibujo, bien aprendido en sus años escolares, su complacencia en la superficie pictórica, con un «verismo» que nunca abandona.
El beso de la reliquia puede considerarse, sin duda, una pieza fundamental en la producción de ese Sorolla de final de siglo, pues viene a resumir sus esfuerzos no sólo por crear un estilo propio sino también para empezar a pintar con el placer que nunca le abandonó.
Con esta escena costumbrista, Sorolla refleja su formación inicial en el realismo del siglo XIX y está dentro de un período de plena fecundidad artística, período que se extiende entre 1890 y 1905.
Con esta  obra participó, el mismo año de su realización, 1893, en el Salón de París, donde obtuvo Medalla  de Tercera Clase, a pesar de no ser un pintor muy conocido en Europa. Al año siguiente, también con esta misma obra, consiguió la Medalla Segunda Clase en la IV Internacional de Viena y finalmente la Primera Medalla en la Exposición de Arte Español, celebrado en Bilbao. Fue, precisamente, el ayuntamiento bilbaíno el que adquirió la obra por un importe de 7000 pesetas depositándolo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao donde se conserva actualmente como un buen ejemplo del realismo costumbrista de Sorolla en esta etapa de juventud.
El cuadro, que podemos incluir en lo que se ha denominado “pintura de género”, y en la que se advierte las reminiscencias de la pintura naturalista del siglo XVII.
El cuadro presenta el momento en que un grupo de personas de diferentes edades, en su mayoría mujeres y niños, se acercan a venerar una reliquia, que les ofrece un sacerdote.  Centrada en el cuadro una joven con el cabello cubierto por un pañuelo besa el relicario expresando así su devoción.
Destaca la actitud  de recogimiento de los personajes retratados, que bajan la cabeza y miran al suelo mientras esperan el turno de besar la reliquia. Tan sólo el monaguillo rompe la  trascendencia del momento con ese detalle simpático de vender estampillas con la que se busca la sonrisa y la complicidad del espectador, detalle propio de la pintura de género,
La reliquia, por su parte, está conservada en un pequeño relicario de metal dorado combinado con una urna acristalada y tras el sacerdote aparece abierto un suntuoso armario relicario del siglo XVIII.
La acción transcurre en una capilla  lateral, la llamada de la Comunión de la antigua iglesia del antiguo colegio de San Pablo de Valencia donde destacan los elementos barrocos que cubren los muros, los altares, los zócalos de azulejo del siglo XVII  en el que se alternan los motivos florales y frutales y los pavimentos cerámicos con preciosas formas geométricas de base triangular característicos del siglo XVII. También Sorolla representó los lienzos pegados al muro y enmarcados por yeserías de formas ovales decoradas con detalles de rocalla, procedentes de reformas propias de la época rococó.
Sorolla consiguió un excelente realismo con la captación de la expresión de los rostros de los fieles, de la calidad de las ropas de los personajes y la utilización de la luz, que proviene de un punto alto y que incide directamente en el pañuelo blanco de la chica que ocupa el centro de la composición. Hay una aplicación perfecta del color, con una gama muy amplia de colores y matices.
El cuadro está cuidadosamente estructurado, en una composición construida a base de diagonales que se entrecruzan y que acentúan la profundidad de este espacio rectangular. Así como la aplicación de los principios de la perspectiva a través de las baldosas del suelo, por un lado, el mobiliario y altar situado a la derecha, con la sensación de cercanía al espectador y la zona de penumbra a la izquierda con ese sombreado gradual  y los intervalos de luz-oscuridad para conseguir la profundidad, por otro.
Con todo ello consigue una relación perfecta entre las figuras y el espacio que les rodea, constituyendo, el cuadro, una auténtica lección de la técnica de pintar al óleo con una pincelada suelta y ágil y a la construcción del espacio.

*.- Retrato de la condesa Mathieu de Noailles de Ignacio Zuloaga. Óleo sobre lienzo, comienzos del XX.
Zuloaga pertenecía a una importante familia de artistas, nació en Éibar en1870.
En 1890 se traslada a París, donde entra en contacto con los movimientos artísticos de la Francia de la Belle Époque, que contribuyeron a renovar su estilo, pero éste no perdió la influencia de los grandes maestros españoles que tanto admiraba. Ese eclecticismo se percibe en este retrato de la condesa Anna Mathieu de Noailles
Zuloaga conoció a la condesa de Noailles en 1899 en el salón parisino de Madame Ricard. Conocedora de la fama de Zuloaga como retratista se interesó por posar para él.
En 1913 ejecutó este interesante retrato que expuso con éxito en Estados Unidos entre 1916 y 1917. En 1919 formó parte de la primera Exposición Internacional de Pintura y Escultura de Bilbao en 1919 y fue adquirida por 100.000 pesetas por el empresario naviero Ramón de la Sota que la donó al Museo de Bellas Artes de Bilbao. Algo que no debió de agradar a la retratada, cuya efigie le había parecido la más bella que le habían realizado.
Estudio del natural para
 el conocido retrato de
cuerpo entero conservado
 en Bilbao
Nacida en París en el seno de una aristocrática familia rumana, Anna Bibescu-Bassarabia de Brancovenau se casó muy joven con Mathieu de Noailles, segundo hijo de los duques de Noailles. Con una gran capacidad para las relaciones sociales y a la atracción que su persona ejercía, se convirtió en una figura sobresaliente de la sociedad de la época, ya que al margen de su condición de brillante autora de libros de poesía, mecenas del arte y admirada anfitriona en los círculos literarios y aristocráticos parisinos, también posó como modelos de diversos pintores y sus contemporáneos consideraron que su mejor obra fue ella misma como personaje.
El óleo destaca tanto por su  factura la Academia, como por la extraordinaria intensidad en la captación psicológica de la personalidad y la elegancia de la retratada.
Aquí Zuloaga, siguiendo los principios de representación característicos de sus retratos, divide el lienzo en dos planos. La condesa aparece en primer término, reclinada sobre un diván cubierto de telas verdes, recordando a la maja de Goya, e interrumpiendo momentáneamente su lectura.
En esta pose alargada una fuerte iluminación, que parece surgir del fondo celeste, destaca su presencia con una mirada intensa, sensual, desafiante y penetrante que dirige hacia el espectador, mientras vestida que su vaporoso vestido, compuesto por gasas y tules rosa-malvas y anaranjados, se encuentra resaltado por el contraste cromático del raso verde del diván. Completa su vestuario con zapatos y medias negras con dibujos.
Su densa y oscura cabellera, junto a sus labios, su mirada y sus rasgos orientales, acentúa la sensualidad expresiva e intelectual de la condesa completada por los objetos que aparecen en primer plano en una mesita: un cesto de rosas, símbolo del amor, unas joyas, en concreto un collar de perlas, símbolo de la pasión y libros que evocan su profesión.
Al fondo,  sin perspectiva y a modo de telón de fondo de una escena teatral, se abren dos pesados cortinajes floreados que nos permiten contemplar un cielo azul con amenazadoras nubes rosadas. Detalle, éste, que permite aún más enaltecer  la figura de la condesa.  Zuloaga empleará esta misma escena para varios de sus retratos.
La composición está organizada entorno a la  horizontalidad del diván que se contrapone con las líneas verticales de los cortinajes y la cabeza de la condesa y con las curvas de la postura de la condesa y de las nubes del fondo.
Está realizada con una gran pericia técnica. Aunque  Zuloaga suele utilizar una paleta sombría, en esta ocasión utiliza con maestría los colores chillones y suaves al mismo tiempo, definiendo un estilo propio en el que se aprecian influencias francesas del fovismo pero en el que destaca la influencia del barroco español y de Goya, no hay que olvidar que su formación artística la adquirió en el Museo del Prado, copiando las obras de Ribera, Velázquez y El Greco, y que constituirán un ideal estético identitario del pintor.
En sus retratos siempre buscó la penetración psicológica en el carácter de sus personajes representados, si bien, es cierto, con una visión algo romántica. Decía: “Quiero pintar con el corazón y el cerebro, pero no con los ojos”.

*.- Lying Figure in Mirror (Figura tumbada en espejo) de Francis Bacon. Óleo sobre lienzo (al reverso), tercer cuarto siglo XX.
Figura en un espejo es un cuadro que podríamos
  adjetivar con las palabras misterioso y sugestivo, dado que el espejo de Bacon refleja una figura cuya identidad y condición son equívocas.
Así, la naturaleza de la “figura” se nos presenta vagamente definida y resulta difícil establecer si la “figura” de Bacon es un ser vivo o un ser inanimado.  Podría tratarse tanto de un ser humano como de un monstruo o un animal. Y en caso de tratarse de un ser vivo, tampoco queda demasiado claro si la “figura” en cuestión está viva o muerta. De estar viva, parecería experimentar cambios drásticos en su cuerpo, es decir, una importante transformación o avanzado estado de metamorfosis en el que la figura se retuerce, ya de dolor, ya de placer, ya de ambos.
Ya en el campo de lo metafísico e interpretativo podríamos ver en la convulsión de la figura yacente frente al espejo el símbolo (entre otras cosas) del desgarro y la desesperación existencial propios del hombre contemporáneo y tan presentes en la obra de Bacon.
La habitación presenta paredes violáceas, suelo amarillo-anaranjado y ventanas cubiertas por estores negros que la aíslan del exterior confiriendo a la escena un cierto aire intimista que puede llegar a significar la lucha interna del artista.
Importante en la obra es el rol del espejo (pues la escena no la percibimos directamente sino a su través). Es decir, lo que percibimos no es la realidad misma sino algo reflejado y ello confiere cierta ambigüedad al lienzo.
Dos líneas blancas definen el espacio especular y enmarcan el espejo  sirviendo como referencia física, determinando los límites de la habitación, el suelo y la pared y dando profundidad a la obra.
Posiblemente el objetivo de Bacon no haya sido el crear desasosiego ni transmitir la angustia existencial de la sociedad contemporánea o de la suya propia, sino el poder expresarse libremente y plasmar sobre el lienzo su propio estado anímico.
Se comenta insistentemente que en la pintura de Bacon se refleja angustia, opresión, soledad... Pero esto forma parte de la condición humana  y él no pinta ningún paraíso idílico, sino que captura y reformula la realidad según él mismo la percibe.
Por ello ante esta obra podemos sentir un cierto desconcierto, con una sensación de repulsión y atracción al mismo tiempo y además en igual medida de intensidad, y esto lejos de llevarnos a la indiferencia nos provoca una alerta que hace que despierte nuestro interés y atención. 
La obra de por sí seduce aunque no conozcamos el tema principal que al parecer de los entendidos y expertos en el análisis de la obra baconiana sería la representación del mito de la fecundación de la reina Leda por Zeus, rey de los dioses, que adopta la forma de un cisne. Leda da a luz dos huevos de los que nacen Castor y Polux, los dioscuros, Clitenmestra que dará muerte a Agamenón y Helena que provocará la guerra de Troya. Tema ya representado por artistas anteriores, pero que Bacon lo reinventa y lo sitúa en un contexto cultural contemporáneo.
El tema, en Bacon, provocó una serie de estímulos emocionales, biológicos y animales que le llevaron a traspasar los límites de lo permitido con su perturbadora configuración de un cuerpo contorsionado, de sexo indeterminado y en pleno acto sexual. Y, a través del espejo, establece una distancia entre sus propias emociones y esa representación física a través del reflejo y la indeterminación de las formas escultóricas.
Bacon se aleja de lo estético y decorativo,  concentrando su interés en la propia existencia humana, según él la percibe. La estructura de sus obras, siempre a medio camino entre el expresionismo, la abstracción y el arte figurativo.
En este sentido, Bacon fue el principal heredero de Picasso e indudablemente uno de los mayores creadores del siglo XX.
Hacia 1950, el pintor comienza a trabajar sobre el reverso de los lienzos, en lugar de pintar en la cara imprimada. El resultado le satisface, pues se acerca a su carácter crudo, a sus imágenes destructivas y diseccionadoras. Bacon continuará pintando por la cara sin imprimar durante toda su vida, hasta su fallecimiento.


*.- Hierros de temblor II. De Eduardo Chillida, hierro forjado, tercer cuarto del siglo XX.
Chillida comenzó estudios de Arquitectura en Madrid, que pronto abandonó para dedicarse a la escultura. Tras una estancia en París, en 1951 retornó al País Vasco. En 1958 obtuvo el Gran Premio de Escultura de la Bienal de Venecia. Continuador de la tradición escultórica en hierro iniciada por Picasso y Pablo Gargallo. Chillida se ha convertido en uno de los escultores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.
Chillida fue especialmente sensible al diferente valor plástico de los materiales que utilizó como el hierro, la madera, el alabastro, el hormigón o la terracota.
Hierros de temblor II  de 1956 pertenece a una de las series más conocidas del autor, formada  por  la mencionada obra, además de Hierros de temblor I de 1955 y Hierros de temblor III de 1957, que actualmente pertenecen a dos colecciones particulares de Madrid.
Hierros de Temblor I
Las tres forman un Grupo de esculturas que Chillida expuso, dos de ellas, en París en 1956 
y la otra en la bienal de Venecia de 1958 y que le abrieron las puertas al reconocimiento internacional. En ella se aprecia su relación con la labor de los ferrones, fabricantes de aperos de labranza, armas y otras herramientas primitivas. En efecto, Hierros de temblor II parece abstraer la forma de un arado.
Chillida comenzó a investigar con estas esculturas sobre una manera diferente de tratar el hierro mediante el corte y la torsión de una única pieza.
Hierros de Temblor III

El hierro es un material duro, de lenta transformación y difícil de doblegar, y estas características exigen del autor un trabajo físico a veces sobrehumano, pero también el carácter del pueblo vasco es fuerte y rudo y Chillida ve en esa transformación lenta y continuada del material, a veces incluso difícil, un proceso de adaptación social, que de alguna manera implica una visión futurista de las sociedades modernas.
Luis Chillida, hijo del escultor, aclaró que se trata de tres obras únicas, sobre las que no hay reproducciones, y que sirvieron a su padre para "allanar" el camino hacia su escultura preferida, 'Ikaraundi' (Gran temblor), también de la época del premio en la Bienal de Venecia.

*.- Gran oval (Gran óvalo) de Antoni Tápies, técnica mixta sobre lienzo, mediados del siglo XX (1956).
Gran oval es una de las primeras obras maestras de Tàpies.
Tàpies es uno de los principales exponentes a nivel mundial del movimiento abstracto del informalismo en su variante de pintura matérica (muy relacionada con el uso de diferentes materiales). Y está considerado como uno de los más destacados artistas españoles del siglo XX.
Tàpies utiliza para sus obras materiales que no están considerados como artísticos, sino más bien de reciclaje o de desecho, como pueden ser cuerdas, papel o polvo de mármol.
Sus primeras obras se enmarcaron dentro del surrealismo, pero pronto cambió de estilo, creando un estilo propio dentro del arte de vanguardia del siglo XX, en el que se combinaban la tradición y la innovación dentro de un estilo abstracto lleno de simbolismo, dando gran relevancia al sustrato material de la obra.
En este caso con un estilo austero, utilizando una gama cromática reducida de colores neutros, con variantes del ocre y del gris, que son colores de la tierra y un uso moderado de la materia y de las formas a través de: grafismos, signos tridimensionales y escoriaciones, como la utilización de la cruz en aspa (X), por los cuatro elementos y los cuatro puntos cardinales, también como símbolos de la tierra, son, precisamente, las formas de sus trazos los que dan sentido a la obra, como si estuviera trabajada sobre un muro viejo de piedra.
“Un cuadro es una puerta que conduce a otra puerta” decía Antoni Tàpies y son esas  sugerencias de tiempo y espacio las que transforman el muro de Tàpies, aparentemente opaco y compacto, en un umbral que mueve a la reflexión trascendente, acercándonos a la meditación y contemplación de las grandes formas del universo.
Los títulos de las obras de Tàpies se refieren siempre a motivos formales, iconográficos, objetuales o cromáticos muy concretos contenidos en ellas, Este aspecto insiste en su materialidad, en su textual naturaleza física. Sin embargo, la capacidad lírica y evocadora, y la solemnidad contemplativa que emana de su obra, la convierten en una de las más profundas reflexiones existenciales del arte del siglo XX.
La incorporación de esos grafismos, signos y objetos de desecho, y la realización de obras tridimensionales, han enriquecido la evolución del pintor, haciéndole partícipe de aspectos del arte “povera” (utilización de materiales pobres o de poca apreciación social). 

*.- Des potirons (Calabazas) de Miquel Barceló, técnica mixta sobre lienzo, finales del siglo XX.
Miquel Barceló es una de las figuras más destacadas del arte español contemporáneo. Sus estancias en diversos países de Europa, en Estados Unidos y en Mali han marcado una prolífica trayectoria, que se manifiesta en: pinturas (con enormes lienzos, pequeños dibujos, murales…), esculturas, ilustraciones para libros, grabados, escenografías para óperas, portadas de disco, carteles, cerámicas, incluso programas de televisión. En todas estas facetas imprime su carácter, esa energía y esa “agresividad” que distinguen a su obra.
El Mediterráneo y África han sido dos de sus más importantes referentes siempre reflejando una gran preocupación por la naturaleza, el paso del tiempo y los orígenes.
Su obra es personal, original y compleja, imposible de encasillar en ningún contexto o escuela creativa.
En la última época ha evolucionado hacia referentes más intelectuales y abstractos, pero nunca ha abandonado la experimentación con formas extraídas de la naturaleza, o incorporando, en ocasiones, materiales orgánicos en sus obras o sometiendo a la intemperie lienzos con gruesas capas de pintura para provocar en ellos reacciones físicas y químicas espontáneas, como la oxidación o los cuarteamientos, que dejaban al descubierto las entrañas del cuadro.
La obra que nos ocupa es una naturaleza muerta, tema frecuente en la obra de Barceló y fue pintada en su estudio de París. 
En esta obra el elemento botánico es el tema principal además de ocupar el total de la representación, pero es la materia el elemento esencial del cuadro. Es esa densa mezcla de pintura y pasta de papel que  distribuye por toda la superficie de la tela, y con la que consigue una textura rugosa que nos invita a tocarla, en un claro efecto tridimensional dando una sensación de volumen y relieve.
En cuanto a las características formales de la imagen podríamos decir que se trata de un cuadro de estilo expresionista con esa utilización de las grandes masas pictóricas de colores primarios en los que las líneas desaparecen integrándose con el color, o la utilización de una gama de colores cálidos, rojos amarillos o anaranjados con lo que consigue luminosidad y a la vez acercar la obra al espectador.
Pero,  Barceló, como ya hemos dicho, a veces incorpora en sus obras elementos orgánicos e inorgánicos ajenos a la propia pintura, como en este caso en el que sobre un fondo abstracto de tonalidades verdes y azules aparecen unas manchas anaranjadas y amarillas que representan los volúmenes de una calabaza partida en trozos, entre colillas. Debido a la descomposición que parece apropiarse de los elementos podría incluirse dentro de la temática del bodegón en su variante vanitas con abundantes elementos alegóricos que nos inducen a una reflexión sobre la muerte o los cambios que el paso del tiempo provoca en todos los organismos vivos o inertes que están en permanente estado de trasmutación o descomposición, por lo que todo es efímero, pasajero y extremadamente fugaz.
Según algunos críticos la obra contiene un alto contenido autobiográfico a pesar de su marcada abstracción expresionista.  Él siempre ha afirmado: “Soy el especialista de la vida en crisis permanente”.
Y hasta aquí este acercamiento a algunas de las obras más destacadas que podemos visitar en este museo además de otras muchas, tan o más importantes de las que aquí propongo.

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